Es lógico pensar que el café hay que servirlo en una taza de porcelana porque mantiene la temperatura y no es capaz de desvirtuar el sabor ni cambiarlo. Es lógico y de manual, pero, en realidad, hay veces que eso no influye.
Una noche al aire libre, en el monte y qué bueno es un café en jarrita de aluminio. O el café que alguien te trae de regalo en medio de una mañana de trabajo en un vaso de cartón.
Son muchos y muy distintos. En estos días he bebido más de uno en tazas de plástico, con gente de ideas diversas, con gustos diferentes... pero todos en torno a una mesa.
Un año más el calendario pasa los finados y los recuerdos de los que no están se agolpan en tazas de café.
Al fin y al cabo la vida es eso...nos empeñamos en hacer planes y estudiarlos. Primero armamos la cafetera con el agua, elemento puro, transparente, sin más. El café más o menos apretado como nuestras ideas y sueños. Luego esperamos, nos podemos desesperar u olvidar que estamos preparandolo. Así son muchas cosas....la parte mecánica es así, no hay más.
Pero llega el momento de servirlo o que nos lo sirvan y eso es lo importante. El café para compartirlo hay que hacerlo con respeto, hay que saber mirar a los ojos. Porque es solo una porción de la cafetera la que nos toca, igual que al resto y a la vez diferente, pero al fin y al cabo es el mismo agua, el mismo grano. Hay que saberlo disfrutar y vivir. Hay que guardar el momento porque mañana quizás ya no estamos.
Y en ese momento el embase es lo de menos. Será el recuerdo el quede grabado y solo los buenos merecerán quedar en la memoria. Aunque no sea en el lugar más elegante o sin taza de porcelana.
Se difuminarán los cafés de compromiso, muchos de los cotidianos y se tallarán como flores de mármol brillante, perennes e indestructibles aquellos de aroma, sentimiento y vida.
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