Cuando somos pequeños hay sitios que nos parecen grandes, lugares
inaccesibles, lugares que en ocasiones miramos con admiración, por el
lugar en sí o por quien se reúne en el. Luego, al crecer, nos damos
cuenta que son sitios normales y corrientes, incluso nos podemos hasta
decepcionar o verlo desde otra perspectiva.
Uno de esos sitios para mí es la cocina del colegio Sector Norte. Una cocina exclusiva para los maestros y donde, si alguien se encontraba mal, te preparaban un agüita y entonces podías estar allí, aunque claro, malo.
Las horas de recreo era el sitio de reunión de los maestros y en ese
instante, mientras el resto correteaba por los patios, ellos allí
estaban. En torno a una cafetera y la típica lata de galletas que podía
contener cualquier galleta o cualquier dulce.
En mi caso, mi madre allí se reunía con sus compañeros y si tenía que buscarla para algo….pues uno agachaba la cabeza y se asomaba por un lado como pidiendo permiso y con miedo a interrumpir cualquier conversación dónde tú no podías estar presente.
Con el paso de los años el olor del café y de la cocina del colegio quedó grabado en mí. ¿Cuántas cosas se pueden recordar con el olor?
Con el tiempo descubres que aquel lugar es el refugio de los maestros, es el lugar del desahogo y el café, de las charlas en busca de la posible solución a un chiquillo inquieto que tienen que hacer que el día de mañana sea como el café; con cuerpo, fuerte y que deje marcada su presencia allí dónde esté presente. Por eso hablo de maestros, son los maestros de la vida.
Luego te das cuenta que para ese momento hay mucho más. Una “vaca” para comprar el café, el azúcar, la leche condensada. Y la caja de galletas empezaba por un regalo y luego se rellenaba con otro. Aquella caja podía ser como el paso de las estaciones: en navidad polvorones y pan de manteca, en carnaval torrijas y así todo el año. (galletas, merengues, etc.)
Después de muchos años, aquella cocina ha quedado en mi recuerdo, una cocina para café y poco más en aquellos años. Hoy café de maestros, de papel, de boletín de notas, con olor a goma de borrar y a la cocina del cole.
En mi caso, mi madre allí se reunía con sus compañeros y si tenía que buscarla para algo….pues uno agachaba la cabeza y se asomaba por un lado como pidiendo permiso y con miedo a interrumpir cualquier conversación dónde tú no podías estar presente.
Con el paso de los años el olor del café y de la cocina del colegio quedó grabado en mí. ¿Cuántas cosas se pueden recordar con el olor?
Con el tiempo descubres que aquel lugar es el refugio de los maestros, es el lugar del desahogo y el café, de las charlas en busca de la posible solución a un chiquillo inquieto que tienen que hacer que el día de mañana sea como el café; con cuerpo, fuerte y que deje marcada su presencia allí dónde esté presente. Por eso hablo de maestros, son los maestros de la vida.
Luego te das cuenta que para ese momento hay mucho más. Una “vaca” para comprar el café, el azúcar, la leche condensada. Y la caja de galletas empezaba por un regalo y luego se rellenaba con otro. Aquella caja podía ser como el paso de las estaciones: en navidad polvorones y pan de manteca, en carnaval torrijas y así todo el año. (galletas, merengues, etc.)
Después de muchos años, aquella cocina ha quedado en mi recuerdo, una cocina para café y poco más en aquellos años. Hoy café de maestros, de papel, de boletín de notas, con olor a goma de borrar y a la cocina del cole.
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