Llega la noche y las gotas de lluvia golpean en la persiana de mi habitación. Hace unos días pensaba en esas gotas que chocan en los cristales sin alimentar nada, en cambio otras se cuelan entre los adoquines de la calle y dan la oportunidad de que crezca la hierba. Anuncian tormenta y piden precaución, que pueden correr los barrancos o quedarnos sin luz. Estamos en octubre y quiero oir el "cordonazo" de San Francisco. Quiero correr a asomarme al barranco y ver el agua convertida en chocolate como cuando lo veía de niña. Quiero sortear el agua de las canales y ver la lluvia en el halo de luz de una farola. Porque después de la tormenta saldrá el sol, brillarán los adoquines y una semilla arrastrada del monte se afianzará en la costa.
Pero todo esto lo quiero con un café caliente, que disipe el miedo al trueno, que bañe mi corazón y haga germinar la semilla del otoño. Naranja como hoja de castaño, como atardecer placentero y con calor de manta en la noche de tormenta. Prepararemos el camping-gas y una vela por si la Luna con su luz prestada sea la única que nos ilumine.
Maravilloso post, como todo lo que escribes
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