Sentarse a disfrutar de un café es muchas veces símbolo de tranquilidad, stop de media mañana cuando la cotidianidad se vuelve autopista, respirar y detener el tiempo. Es curioso porque el café lleva cafeína que debería de ponernos en marcha y, sin embargo, lo usamos muchas veces al contrario.
Pero hay un momento, un instante de apenas segundos que se viven como en cámara lenta sin poder detener el tiempo. Es el momento cuando un café, sin querer, se derrama. Puede ser el nuestro, el de alguien de nuestra mesa o incluso de otra mesa cercana. Reaccionamos como muchas veces reaccionamos a la vida; nos cabreamos, nos reímos sin sentido o peleamos al culpable. Todo ello sin darnos cuenta que es un simple café que con un papel se puede recoger sin problema, que la ropa que se mancha se puede lavar y que la taza vacía se llena de nuevo.
Se derrama y los hay que intentan arreglarlo incluso cuando no ha terminado de caer, haciendo el estropicio más grande, y los que quedan petrificados, inmóviles como congelando el momento. Se nos derrama en el plato y usamos un montón de servilletas para que empapen, nos preocupamos por si manchamos a alguien o estropeamos algo. Dentro de nosotros un ser que dice: " qué torpe, qué vergüenza, menos mal que no fue a mí, en qué estaría pensando, mira que lo pensé, venga a derramar el café que eso es alegría...." Todo depende, como la vida, del momento, el lugar y la compañía.
Muchas veces pienso......¿y si es la vida, destino o casualidad como dice Melendi, para detenernos un poco más, para decirnos que con un café no basta o para dejarnos la mancha del recuerdo y el momento? La próxima vez que se derrame un café.....con calma miraré a mi alrededor y volveré a pedir que llenen la taza. Porque al fin y al cabo es agua mezclada con el fruto de la tierra que tomó el calor del tueste y hoy compartimos en una mesa.
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